I.
En mi principio está mi fin. En sucesión
casas
se elevan, caen, se desmoronan, son extendidas,
removidas,
destruídas, restauradas, o en su lugar
hay un
campo abierto, o una fábrica, o un desvío.
Vieja
piedra a casa nueva, madera vieja a fuegos nuevos,
viejos
fuegos a cenizas, y cenizas a la tierra
la cual
ya es carne, piel y heces,
hueso
de hombre y bestia, rastrojos de maíz y hojas.
Las
casas viven y mueren: hay un tiempo para construir
y un
tiempo para vivir y un tiempo para engendrar
y un
tiempo para que el viento parta el vidrio flojo
y para
sacudir el friso donde el ratón corretea
y para
sacudir los tapices andrajosos bordados con un lema silente.
En mi principio está mi fin. Ahora la luz cae
sobre
el abierto campo, dejando la vereda
cubierta
de ramas, oscura en la tarde,
tú recostado
en un banco mientras pasa un furgón
y la
vereda insiste en dirigirse
hacia
el pueblo, por el eléctrico calor
hipnotizada.
En una bruma cálida la bochornosa luz
es
absorbida, no reflejada, por gris piedra.
Las
dalias duermen en el vacío silencio.
Al búho
temprano espera.
En ese campo abierto
si no
te acercas más, si no te acercas más
una
medianoche de verano podrás música oír
de
gaita y tamborcito y mirarlos bailar
alrededor
de una fogata
la
asociación hombre-mujer
que en
danza significa matrimonio:
un
digno y cómodo sacramento.
Dos y
dos, conjunción necesaria,
tomados
del brazo o de la mano
demostrando concordia.
Vuelta y vuelta
alrededor
del fuego, saltándolo o en rondas,
rústicamente
solemnes o riendo,
alzando
pies pesados en calzados torpes,
pies de
tierra, pies de marga, levantados con regocijo,
regocijo
de aquellos que hace tiempo bajo tierra
el maíz
abonan. Reteniendo el tiempo,
reteniendo
el ritmo de su baile
como en
sus vidas en las vivas estaciones,
el
tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el
tiempo del ordeño y el de la cosecha,
el
tiempo de la unión entre el hombre y la mujer
y el de
las bestias. Pies suben y bajan.
Comen y
beben. El estiércol y la muerte.
Despunta
el alba, y otro día
se
prepara para el calor y el silencio. En mar abierto
el
viento de alba pliega, escolta olas. Estoy aquí
o allá
o en cualquier lado. En mi comienzo.
II.
¿Qué es
lo que está Noviembre haciendo
con
turbación primaveral,
seres venidos del bochorno,
campanillas
bajo los pies,
malvas
que aspiran crecer
del
rojo al gris y hacer caer
las
rosas últimas del hielo?
Trueno por estrellas rodantes
a escoltar
simula
un carro triunfal
de
constelada guerra a desplegar:
Escorpio
lucha contra el Sol
hasta
el, de ambos Luna y Sol, sopor;
lloran
cometas, las Leónidas van
cielos y valles a cazar,
envueltas en ese tornado
que lleva el
mundo al fuego que arderá
de la capa congelada hasta el reinado.
Tal forma
de ponerlo no fue satisfactoria
-estudio
perifrástico de agotada ars poética-:
lo deja
igual a uno en la intolerable lucha
con
palabras y significados. La poesía no importa,
no fue
(para empezar de nuevo) lo que uno se esperaba.
¿Cuál
fue el valor de lo tan añorado,
el
ansia de la calma, la otoñal serenidad
y la
sabiduría de la edad?¿Nos han decepcionado
o a sí
mismos los ancianos de las apagadas voces
legándonos
apenas un recibo para el desengaño?
La
serenidad es solo un hábito deliberado;
la
sabiduría, solo el saber secretos muertos,
inútiles
en la oscuridad en la que se asomaron
o
frente a la cual desviaron los ojos. Hay, nos parece,
como
mucho, un valor limitado
en el
conocimiento derivado de la experiencia.
El
conocimiento impone un patrón, y falsifica,
pues el
patrón a cada rato se renueva
y cada
instante es novedosa e impactante
validación
de quienes hemos sido. Solo no obtendremos desengaño
de
aquello que, engañándonos, ya no puede dañarnos.
En el
medio, no solo en el medio del camino
sino
todo él es un oscuro bosque, un zarzal,
al
borde de un pantano en que no hay paso seguro
y
amenazado de monstruos, fuegos fatuos,
con
riesgo de encantamiento. No me hagas oír
de la
sabiduría de los viejos, sino de sus locuras,
de su
miedo al miedo y al frenesí, a la posesión,
a
pertenecer a otro, o a otros, o a Dios.
La
única sabiduría que podríamos esperar adquirir
es la
de la humildad, que es infinita.
Todas
las casas se han ido bajo el mar.
Todos
los bailarines se han ido monte abajo.
III.
Oh
oscuro oscuro oscuro. Todos van a lo oscuro,
los
espacios interestelares vacantes, la vacante dentro de la vacante,
los
capitanes, banqueros, los eminentes hombres de letras,
los
generosos mecenas del arte, los hombres de estado y los gobernantes,
los
distinguidos funcionarios, presidentes de muchos comités,
los
señores industriales y los pequeños contratistas, todos van a lo oscuro,
y
oscuros Sol y Luna, y el Almanaque de Gotha,
y el
Boletín de la Bolsa y el Directorio Administrativo
y
enfriado el sentido y perdido el motivo de acción.
El
funeral de nadie, pues nadie hay para enterrar.
Le
dije a mi alma: quédate quieta y deja a lo oscuro descender sobre ti
pues
será la oscuridad de Dios. Como en un teatro
se
apagan las luces para cambiar de escena
con un vacío estruendo de alas, con un movimiento de oscuridad en oscuridad
y
sabemos que las colinas y los árboles, el paisaje distante
y la
imponente fachada están siendo removidos
-o como
cuando un tren subterráneo en el metro se detiene mucho tiempo entre estaciones
y la
conversación se anima y lentamente se desvanece hasta el silencio
y ves
detrás de cada rostro el vacío mental profundizarse
dejando
solo el terror creciente de la nada en qué pensar;
o como
cuando bajo éter la mente está consciente mas consciente de nada-
le dije
a mi alma: quédate quieta, y espera sin esperanza
pues
esa esperanza sería esperanza por la cosa equivocada; espera sin amor
pues
ese amor sería amor por la cosa equivocada; aún hay fe
pero la
fe el amor y la esperanza están todas en la espera.
Espera
sin pensar, pues para el pensamiento no estás listo:
así la
oscuridad será la luz y la danza el descanso.
Susurro
de corrientes y de invierno el relámpago.
El
tomillo oculto y la fresa silvestre,
se hace
eco del éxtasis en el jardín la risa:
no el
perdido, el requerido, apuntando a la agonía
de
muerte y nacimiento.
Dices que yo repito
algo
que he dicho antes. He de repetirlo
¿he de
repetirlo? Para llegar allí,
allí
donde estás, para llegar desde donde no estás
debes
ir por un camino donde no hay éxtasis.
Para
llegar adonde no sabes
debes
ir por un camino que es la vía de la ignorancia.
Para
tener lo que no posees
debes
ir por la vía de la desposesión.
Para
llegar adonde no estás
debes
atravesar el camino en que no estás.
Y lo
que no sabes es lo único que sabes
y lo
que posees es lo único que no posees
y donde
estás es donde no estás.
IV.
Pliega
el acero el cirujano herido
que
cuestiona la destemplada parte;
bajo
las sangrantes manos sentimos
del que sana la compasión afilada del arte
resolviendo
el enigma de la gráfica de fiebre.
Nuestra
única salud es la enfermedad
si obedecer a
la enfermera es la opción,
cuyo
constante cuidado no es para agradar
sino
para recordarnos nuestra y de Adán la maldición
y para
restaurarla, nuestra enfermedad ha de ponerse peor.
La
tierra entera es nuestro hospital
dotado
por arruinado millonario
en
donde deberíamos, si bien nos va,
morir
del absoluto paternal cuidado
que no
nos deja y nos previene en todos lados.
El frío
asciende de los pies a las rodillas
la
fiebre canta por los cables mentales.
Debo
congelarme si se me abriga
y
temblar en frígidos fuegos purgatoriales
de los
que la llama es rosas, y el humo, zarzales.
Chorreante
sangre, única bebida nuestra;
carne
sangrante, nuestro único sustento
a pesar
de lo cual nos regodeamos en la idea
de que
somos substanciales sangre y cuerpo
y otra
vez llamamos a este Viernes santo, a pesar de eso.
V.
Aquí me
encuentro, en mitad del camino, habiendo tenido veinte años
-veinte
años bien desperdiciados, los años de entreguerras-
aprendiendo
a usar palabras, y cada intento
todo un
nuevo comienzo, y un tipo diferente de fracaso
porque
uno solo ha aprendido a sacar lo mejor de las palabras
para
aquello que ya no tiene que decir, o de una forma en que
ya no
se está dispuesto a decirlo. Así que cada empresa
es un
nuevo comienzo, una incursión en lo inarticulado
con el
equipo en mal estado y siempre en deterioro
en el
desorden general de la imprecisión del sentimiento,
los
escuadrones indisciplinados de la emoción. Y lo que hay allí para conquistar
por
fuerza y sumisión ya ha sido descubierto
una o
dos veces, o varias, por hombres que uno no puede tener la esperanza
de
emular, aunque no hay competiciones,
solo la
lucha para recobrar lo perdido
lo
encontrado y perdido otra vez y otra vez: y ahora, en condiciones
al
parecer no propicias. Pérdida o ganancia, quizás no hay,
para
nosotros solo existe el intento. El resto no es asunto nuestro.
Hogar
es donde se empieza. Cuando crecemos
el
mundo se vuelve extraño, el patrón más complicado
de
muertos y vivos. No el intenso momento,
aislado,
sin antes ni después,
sino
una vida que bulle a cada instante
y no
una vida de un hombre solo,
de
viejas piedras no descifradas.
Hay un
tiempo para la noche bajo luz de estrellas,
un
tiempo para la noche bajo luz de lámpara
(la
noche con el álbum de fotos).
El amor
es aún más él mismo
cuando
aquí y ahora deja de importar.
Los hombres viejos deben ser exploradores,
aquí y
allá no es lo que importa,
debemos
estar quietos y seguirnos moviendo
hacia
otra intensidad,
a una
unión más allá, comunión más profunda
a
través del frío oscuro y la vacía desolación,
la ola
llora, el viento llora, las vastas aguas
del
petrel y la marsopa. En mi fin está mi principio.
Original:
I.
In my beginning is my end. In succession
Houses
rise and fall, crumble, are extended,
Are
removed, destroyed, restored, or in their place
Is an
open field, or a factory, or a by-pass.
Old
stone to new building, old timber to new fires,
Old
fires to ashes, and ashes to the earth
Which
is already flesh, fur, and faeces,
Bone of
man and beast, cornstalk and leaf.
Houses
live and die: there is a time for building
And a
time for living and for generation
And a
time for the wind to break the loosened pane
And to
shake the wainscot where the field mouse trots
And to
shake the tattered arras woven with a silent motto.
In my beginning is my end. Now the light falls
Across
the open field, leaving the deep lane
Shuttered
with branches, dark in the afternoon,
Where
you lean against a bank while a van passes,
And the
deep lane insists on the direction
Into
the village, in the electric heat
Hypnotized.
In a warm haze the sultry light
Is
absorbed, not reflected, by grey stone.
The
dahlias sleep in the empty silence.
Wait
for the early owl.
In
that open field
If you
do not come too close, if you do not come too close,
On a
summer midnight, you can hear the music
Of the
weak pipe and the little drum
And see
them dancing around the bonfire
The
association of man and woman
In
daunsinge, signifying matrimonie—
A
dignified and commodiois sacrament.
Two and
two, necessarye coniunction,
Holding
eche other by the hand or the arm
Whiche
betokeneth concorde. Round and round the fire
Leaping
through the flames, or joined in circles,
Rustically
solemn or in rustic laughter
Lifting
heavy feet in clumsy shoes,
Earth
feet, loam feet, lifted in country mirth
Mirth
of those long since under earth
Nourishing
the corn. Keeping time,
Keeping
the rhythm in their dancing
As in
their living in the living seasons
The
time of the seasons and the constellations
The
time of milking and the time of harvest
The
time of the coupling of man and woman
And
that of beasts. Feet rising and falling.
Eating
and drinking. Dung and death.
Dawn points, and another day
Prepares
for heat and silence. Out at sea the dawn wind
Wrinkles
and slides. I am here
Or
there, or elsewhere. In my beginning.
II.
What is the late November doing
With
the disturbance of the spring
And
creatures of the summer heat,
And
snowdrops writhing under feet
And
hollyhocks that aim too high
Red
into grey and tumble down
Late
roses filled with early snow?
Thunder
rolled by the rolling stars
Simulates
triumphal cars
Deployed
in constellated wars
Scorpion
fights against the sun
Until
the Sun and Moon go down
Comets
weep and Leonids fly
Hunt
the heavens and the plains
Whirled
in a vortex that shall bring
The
world to that destructive fire
Which
burns before the ice-cap reigns
That was a way of putting it—not very satisfactory
A
periphrastic study in a worn-out poetical fashion,
Leaving
one still with the intolerable wrestle
With
words and meanings. The poetry does not matter
It was
not (to start again) what one had expected.
What
was to be the value of the long looked forward to,
Long
hope for calm, the autumnal serenity
And the
wisdom of age? Had they deceived us
Or
deceived themselves, the quiet-voiced elders,
bequeathing
us merely a receipt for deceit?
The
serenity only a deliberate hebitude,
The
wisdom only the knowledge of dead secrets
Useless
in the darkness into which they peered
Or from
which they turned their eyes. There is, it seems to us,
At
best, only a limited value
In the
knowledge derived from experience.
The
knowledge imposes a pattern, and falsifies,
For the
pattern is new in every moment
And
every moment is a new and shocking
Valuation
of all we have been. We are only undeceived
Of that
which, deceiving, could no longer harm.
In the
middle, not only in the middle of the way
But all
the way, in a dark wood, in a bramble,
On the
edge of a grimpen, where is no secure foothold,
And
menaced by monsters, fancy lights,
Risking
enchantment. Do not let me hear
Of the
wisdom of old men, but rather of their folly,
Their
fear of fear and frenzy, their fear of possession,
Of
belonging to another, or to others, or to God.
The
only wisdom we can hope to acquire
Is the
wisdom of humility: humility is endless.
The houses are all gone under the sea.
The dancers are all gone under the hill.
III.
O dark dark dark. They all go into the dark,
The
vacant interstellar spaces, the vacant into the vacant,
The
captains, merchant bankers, eminent men of letters,
The
generous patrons of art, the statesmen and the rulers,
Distinguished
civil servants, chairmen of many committees,
Industrial
lords and petty contractors, all go into the dark,
And
dark the Sun and Moon, and the Almanach de Gotha
And the
Stock Exchange Gazette, the Directory of Directors,
And
cold the sense and lost the motive of action.
And we
all go with them, into the silent funeral,
Nobody's
funeral, for there is no one to bury.
I said
to my soul, be still, and let the dark come upon you
Which
shall be the darkness of God. As, in a theatre,
The
lights are extinguished, for the scene to be changed
With a
hollow rumble of wings, with a movement of darkness on darkness,
And we
know that the hills and the trees, the distant panorama
And the
bold imposing facade are all being rolled away—
Or as,
when an underground train, in the tube, stops too long between
stations
And the
conversation rises and slowly fades into silence
And you
see behind every face the mental emptiness deepen
Leaving
only the growing terror of nothing to think about;
Or
when, under ether, the mind is conscious but conscious of nothing—
I said
to my soul, be still, and wait without hope
For
hope would be hope for the wrong thing; wait without love
For
love would be love of the wrong thing; there is yet faith
But the
faith and the love and the hope are all in the waiting.
Wait
without thought, for you are not ready for thought:
So the
darkness shall be the light, and the stillness the dancing.
Whisper
of running streams, and winter lightning.
The
wild thyme unseen and the wild strawberry,
The
laughter in the garden, echoed ecstasy
Not
lost, but requiring, pointing to the agony
Of
death and birth.
You say I am repeating
Something
I have said before. I shall say it again,
Shall I
say it again? In order to arrive there,
To
arrive where you are, to get from where you are not,
You must go by a way wherein there is no ecstasy.
In
order to arrive at what you do not know
You must go by a way which is the way of ignorance.
In
order to possess what you do not possess
You must go by the way of dispossession.
In
order to arrive at what you are not
You must go through the way in which you are not.
And
what you do not know is the only thing you know
And
what you own is what you do not own
And
where you are is where you are not.
IV.
The wounded surgeon plies the steel
That
questions the distempered part;
Beneath
the bleeding hands we feel
The
sharp compassion of the healer's art
Resolving
the enigma of the fever chart.
Our only health is the disease
If we
obey the dying nurse
Whose
constant care is not to please
But to
remind of our, and Adam's curse,
And
that, to be restored, our sickness must grow worse.
The whole earth is our hospital
Endowed
by the ruined millionaire,
Wherein,
if we do well, we shall
Die of
the absolute paternal care
That
will not leave us, but prevents us everywhere.
The chill ascends from feet to knees,
The
fever sings in mental wires.
If to
be warmed, then I must freeze
And
quake in frigid purgatorial fires
Of
which the flame is roses, and the smoke is briars.
The dripping blood our only drink,
The
bloody flesh our only food:
In
spite of which we like to think
That we
are sound, substantial flesh and blood—
Again,
in spite of that, we call this Friday good.
V.
So here I am, in the middle way, having had twenty years—
Twenty
years largely wasted, the years of l'entre deux guerres
Trying
to learn to use words, and every attempt
Is a
wholly new start, and a different kind of failure
Because
one has only learnt to get the better of words
For the
thing one no longer has to say, or the way in which
One is
no longer disposed to say it. And so each venture
Is a
new beginning, a raid on the inarticulate
With
shabby equipment always deteriorating
In the
general mess of imprecision of feeling,
Undisciplined
squads of emotion. And what there is to conquer
By
strength and submission, has already been discovered
Once or
twice, or several times, by men whom one cannot hope
To
emulate—but there is no competition—
There
is only the fight to recover what has been lost
And
found and lost again and again: and now, under conditions
That
seem unpropitious. But perhaps neither gain nor loss.
For us,
there is only the trying. The rest is not our business.
Home is where one starts from. As we grow older
The
world becomes stranger, the pattern more complicated
Of dead
and living. Not the intense moment
Isolated,
with no before and after,
But a
lifetime burning in every moment
And not
the lifetime of one man only
But of
old stones that cannot be deciphered.
There
is a time for the evening under starlight,
A time
for the evening under lamplight
(The
evening with the photograph album).
Love is
most nearly itself
When
here and now cease to matter.
Old men ought to be explorers
Here
and there does not matter
We must
be still and still moving
Into
another intensity
For a
further union, a deeper communion
Through
the dark cold and empty desolation,
The
wave cry, the wind cry, the vast waters
Of the
petrel and the porpoise. In my end is my beginning.