martes, 14 de febrero de 2012

Apología del traductor



Traducir literatura pareciera una tarea sacrílega. Cada idioma tiene sus cadencias, como los acentos del habla. Schopenhauer señala que “todas las traducciones son necesariamente imperfectas. Casi nunca se puede hacer la traducción de un período característico, expresivo y significativo, de una lengua a otra, de manera que produzca absolutamente el mismo efecto. En cuanto a la poesía, es imposible traducirla; se puede intentar una readaptación poética lo cual es siempre una empresa bastante dudosa. Incluso en simple prosa, la mejor traducción será a lo sumo, respecto al original, lo que es respecto a una pieza musical, la transposición de la misma a otra tonalidad.”(Arthur Schopenhauer, “Pensamientos, palabras y música”, Editorial EDAF, S. L. , Madrid 2010, pág. 72). Esta opinión suya tan radical la basa en el hecho cierto de que los significados de las palabras en los diferentes idiomas, en el caso de que existan las mismas palabras, pues puede suceder que no sea así, no necesariamente coinciden en significado. Usa un ejemplo muy claro, comparando los significados de las palabras en los distintos idiomas con círculos “que casi se cubren unos a otros pero no son del todo concéntricos” (op. cit. pág. 70).
Siendo músico, puedo discutir un poco con el viejo Schopenhauer y escribir que, a pesar de que creo en el carácter y color único de cada tonalidad, no veo la transposición como una abominación. La veo como una manera de hacer accesible la pieza a diferentes intérpretes. El final último de todo lo que hacemos, músicos y poetas, es compartir y hacer disfrutar a los otros disfrutando nosotros mismos. Todo lo que se oponga a este fin último lo considero purismo y pedantería inútil.
Yo supongo que pertenezco a una corriente de pensamiento que se podría en primera instancia denominar “romántica”. Considero que, siendo el que traduce conocedor del idioma fuente, puede percibir esa especie de emanación característica del texto que tiene enfrente, y si además es capaz de producir literatura por sí mismo el intento (y el deseo) de compartirlo con aquellos que hablan su misma lengua puede resultar afortunado, generoso y fecundo para todos los envueltos: el poeta original, los lectores y el mismo traductor.
La literatura es más que un juego virtuoso de palabras. Más que un juego de la mente, más que lo que está escrito en el papel. Al leerla, emana de ella una atmósfera particular, un perfume propio. El leer produce en nuestra mente una imagen que no es necesariamente ni siempre visual: es, como en música el sonido, la materialización de lo inefable; la magia particular de la literatura es su capacidad de llevarlo a través de un umbral, de un cambio de densidad y convertirlo -quizás sea mejor decir parirlo- en palabras.
Cuando yo traduzco, trato de captar el color, el perfume, el estado de ánimo de esa emanación del texto y luego de reproducirlo en mi propio idioma. Dado el carácter indecible de tal impresión, y siendo yo músico, he decidido llamar a tal emanación música, y estando la literatura tan ligada a la lengua hablada creo que no estoy alejada del todo de una interpretación válida del fenómeno literario (una interpretación, de muchas que pueden hacerse desde diferentes ángulos, del siempre cambiante e infinito caleidoscopio de la mente humana y el arte). De ahí he sacado el título de este nuevo blog de traducciones mías del ruso y del inglés: La música de las palabras.



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